Un
tácito temor parece recorrer e impulsar estas líneas, es la incertidumbre de un
oficio cuya materia prima se ha venido disolviendo con el paso de los años (se
ha mudado incesantemente, negándose a cualquier clasificación definitoria).
Después de la caída de las <<grandes verdades occidentales>>, sólo
queda la inercia que mantiene el movimiento de las antiguas ciencias modernas,
la conciencia residual de un recto camino hacia delante, sin encrucijadas ni
laberintos.
El
oficio, ése que los mayores llamaban sin más <<sociólogo>> (y que
sonaba a una profesión consolidada, con un repertorio establecido de teorías,
herramientas que las da el sistema social y empirismo imperecedero), y al que
los científicos anti-humanistas de la mitad del siglo XIX llegaron a calificar
como ciencia en potencia, hoy en día se esparce y se difumina entre los
interminables campos de los estudios sociales y culturales y las rutinarias
sesiones del aula de clases en las universidades.Aparentemente, la sociología
se ve en la necesidad de agregar a su dominación uno o más campos de estudios
que enriquezcan en su ejercicio, como si lo sociológico no bastase por sí solo
para justificar el tan necesario ejercicio del criterio.
Esta
transformación o cambios, sin embargo, operan tanto en el <<objeto de
estudio>> como en el modo del conocimiento. Es entonces, cuando se
menciona <<sociología de la educación>> como:
“ciencia social que utiliza los conceptos,
modelos y teorías de la sociología para entender la educación en su dimensión
social. Ha sido cultivada por los sociólogos que han tenido un interés
creciente por la educación y por los pedagogos que han pasado de recurrir casi
exclusivamente a la psicología, a un equilibrio entre ésta y la sociología”.
(Guerrero Serón, 1996:22)
Esta disciplina se ha
expandido hasta abarcar todo un universo holístico, sobrepoblado de discursos y
hechos sociales, y que va más allá de la representación de los grupos
hegemónicos. La expansión exige a la vez una urgente revalorización en las
formas de reflexión. Sería iluso, como críticos, como lectores, reclamar a
teorías una constitución homogénea u unívoca, volverla, en suma, un abstracto
monolítico. Esta problemática dual se ha convertido de un tiempo a esta parte
en una verdadera mutación al interior del campo sociológico. No sólo la teoría
ha cambiado sus formas, sino los medios de difusión, acceso y recepción han
padecido transformaciones considerables bajo la maquinaria de la industria
tecnológica en la red 3.0.
Todo ello hace
pertinente preguntarse por el futuro de la sociología de la educación aun
cuando los docentes no
se aboquen a la producción intelectual en este campo, en especial dentro del
caso de los docentes venezolanos. Se anticipa una primera observación: la
sociología crítica no es un ente abstracto (o no lo es totalmente), depende de
sujetos, de personas de carne y hueso. Decir, sin más, que la sociología
crítica está en crisis sería una inocencia de suyo peligrosa. La sociología de
la educación será siempre lo que los docentes críticos e investigadores hagan
de ella.
Por eso se habla de oficio, de un trabajo cotidiano y permanente, mas
nunca igual, donde los docentes se conviertan en investigadores permanentes de
los hechos sociales que giran en torno al sistema educativo. Y su ejercicio
precisa (y a la vez garantiza) autonomía. En el caso académico: ¿seguirá un
camino propio o será <<subsumida>> en la interdisciplinariedad de
los estudios sociales?; en el caso del ámbito público: ¿se transformará en un
simple instrumento de propaganda de interés ajeno? Ese doble cuestionamiento
hace recordar la función pública y civil de la sociología de la educación y el
papel social del profesor-crítico-sociólogo dentro del marco social y
educativo. Si el ejercicio del criterio cumple un rol en la interpretación de
los hechos sociales, entonces el problema es más profundo, y apunta hacia una
transformación global en todas las áreas del conocimiento.
Esta encrucijada representa, asimismo, un oportuno periodo de
auto-cuestionamiento para saber hasta qué grado se tiene autoridad sobre un
<<objeto>> que siempre se ha negado a ser clasificado de esa forma.
Sabiendo, pues, separados para siempre de la sistemática y ya sin ninguna
ambición de formular teorías de carácter universal y perpetuas, la sociología
de la educación puede hallarse en un momento afortunado para su propia
legitimación. El temor inicial a la incertidumbre se muda en expectación. Esto,
claro, desde una amplia perspectiva y haciendo uso, por qué no, de las otras
disciplinas que a su nombre han utilizado y siguen utilizando a la sociología
de la educación.
Si existe una sociología auxiliar, también puede existir una sociología
en <<libertad>>, capaz de servirse de otros discursos, pero
manteniendo sus preocupaciones básicas (que no serán nunca fijas). El
docente-investigador (que es lo que se espera de un docente) se ha alejado del
espacio educativo, eso es un hecho casi irrefutable. Si bien es cierto que su
influencia ha disminuido, eclipsándose bajo la sombra multicolor de los medios
masivos de comunicación. ¿Qué pasa aquí con la sociología de la educación? Lo
primero que salta a la vista son los docentes que imparten dicha cátedra en la
Universidad Pedagógica Experimental Libertador que han contribuido al
alejamiento y el desdén de los estudiantes de educación dentro del campo
empírico e investigador de la sociología de la educación.
La segunda significación proyecta su labor como el deseo de descubrir
qué sucede en su entorno como hechos sociales y educativos, de objetivar un
producto subjetivo, como lo es la teoría. Si la sociología se encierra en su
propio lenguaje, en un código que ella misma crea y que sólo ella puede
descifrar, entonces no puede ingresar a un sistema social mayoritario. El
trabajo crítico debe surgir de su relación directa con los hechos
socio-educativos; sólo a partir del empirismo se puede establecer un
acercamiento múltiple y productivo. Los trabajos que abusan de las jergas
teóricas y sólo se consagran a demostrar el dominio de una metodología y teoría
dada, no son sino faenas rutinarias y petrificada inactividad académica.
El otro lugar común, consiste en resaltar las fallas de la sociología al
dar cuenta de la aparición de una futura obra importante. En lo que no parecen
reparar estos denostadores es que si en un momento un juicio especializado
falla, vendrá después otro a rectificar el rumbo. La sociología se puede
estudiar desde un proceso histórico y cambia en lo sociológico con los años.
Pero es siempre una lectura crítica quien termina por dar cuenta del lugar que
ocupa el fenómeno sociológico en las simbologías sociales. Es cierto que sin teoría no puede
haber sociología, pero también sucede lo contrario: la situación condicionada
de la sociología es de suyo sospechosa. La sociología de la educación sin
reflexión crítica es un ejercicio privado, una confesión que no trasciende; sin
embargo, sólo la primera puede ser masiva, la otra no tanto.
La labor de la sociología de la educación corresponde a la evolución
histórica que se ha conocido en su progreso. Durante mucho tiempo, su labor se
ha centrado en la descripción de los hechos sociales-educativos, la
constitución histórica de los sistemas educativos, de cuya comprensión se
desprenden las causas que los originaron y los fines que cumplen y la
utilización de estudios sistemáticos de los grupos y las sociedades en las
cuales las personas viven, cómo son creadas, mantenidas o cambiadas las
estructuras sociales, el efecto que tienen en el comportamiento individual y
social y los cambios de éstas, producto de la interacción social.
Se presentan así algunas perspectivas de la construcción de un currículo
mediante la investigación a través de la sociología de la educación y que
permitirán a los docentes-investigadores realizar estudios relevantes
concernientes al área:
ü Deben estar orientados a revelar la
naturaleza de la reproducción cultural a través de la experiencia escolar.
ü El contenido a enseñar debe ser
seleccionado, organizado, distribuido y evaluado en las escuelas.
ü Los docentes deben tomar en cuenta
no sólo el contenido y los métodos de enseñanza, sino también las fuerzas
sociales que la condicionan.
ü Los docentes deberán estudiar las características
que presenta el currículum.
ü Asimismo, el sistema educativo tiene
el control del conocimiento a transmitir y sus formas de diseminación y el
docente deberá reflejar la realidad de los hechos socio-educativos que logre
discernir.
Sin
embargo, y esto es fundamental, hubo, en muchas ocasiones, una clara intención
de tomar distancia respecto a la investigación sobre la sociología de la
educación. La empeñosa necesidad de manifestar la presencia del docente en el
mundo de las ideas y la voluntad de saberse interlocutores dignos han sido dos
constantes en la formación intelectual de los docentes. Y si las
investigaciones anteriores no han tenido el auge que se esperaba, en la mayoría
de los casos, y el afán por pertenecer al <<mundo científico>> ha
tenido un costo significativo, la luchar por interpelar al conocimiento que se
dice universal continúa, y ahora se sustenta, en los sustratos sociales.
Los últimos
años, por ejemplo, han sido de una lucha constante por la descolonización de la
llamada violencia epistémica, es decir,
de la relación de poder entre
conocimiento y objeto impuesta en la reflexión discursiva. La geopolítica del
conocimiento, develada a través de la llamada crisis de paradigmas; de la
descolonización masiva de la mayor parte del planeta, de las genealogías y de
las deconstrucciones post-estructuralistas; de las reinterpretaciones del
marxismo de Gramsci, un Althusser o un Marcuse; y ahora, de la importante
actividad de los estudios socio-culturales y de género.
La
geopolítica del conocimiento, decía, se ha convertido en un campo de lucha,
pues, al develarse las estrategias de dominación, se posibilitan las diversas
manifestaciones de resistencia. Allí, la sociología de la educación tenía y
tiene que asumir un papel preponderante, no sólo porque se trabaja desde el
punto de vista empírico, sino porque debe articular la teoría con todas las
dimensiones sociales. Cuando se tiene la certeza de lo sociológico, la función
de lo social es más segura. Difundir y perpetuar. Reafirmar un conocimiento
positivo sobre un objeto despojado de antemano de su palabra múltiple. El
docente representa la autoridad, pero no por su intuición al acercarse a los
estudiantes, sino por el conocimiento que debería poseer.
Ejercer la
sociología de la educación se convierte en un asunto complicado. Primero por
una fuerte tecnologización del mundo. El prestigio de la razón instrumental y
la polarización de las ideologías dominantes exigen, de una forma u otra, la
adecuación de la reflexión sociológica. Por un lado, se le exige su
especialización y la construcción de un discurso social intrínseco, un supuesto
conocimiento puro de la sociología que estaba <<fuera>> de
cualquier vinculación política o ideológica. La inmanencia como única vía para
enfrentar la teoría. Por otro lado, la sociología ha sido obligada a dar cuenta
del fenómeno social como un reflejo, como resultado de los conflictos sociales
y la lucha de clases.
En ambos
casos, lo sociológico se encuentra instalado en la crítica antes de ejercerla.
No es sino hasta el surgimiento de una serie de crisis en las certidumbres y
valorizaciones de la llamada <<sociedad>> y sobre todo en el
<<sistema educativo>> durante la segunda mitad del siglo XX en
manos de Talcott Parsons, Pierre Bourdieu y Basil Bernstein que la Sociología de
la Educación tuvo un papel preponderante. Porque si bien este oficio ha sufrido
el dominio de la filosofía, la psicología, la sociología, la antropología, la
literatura, la semántica y demás disciplinas afines, un poco de todas ellas
quedó en vía a la apropiación, y eso bien puede leerse como un ensanchamiento
en su extensión.
Una
pregunta surge al vuelo: ¿qué sucede bajo las circunstancias actuales? De nuevo
la sociología de la educación tiene una importante participación en las nuevas
interpretaciones de las manifestaciones socio-culturales y de las estrategias
políticas de poder. Su desarrollo ha contribuido y contribuirá a la ampliación
de la percepción holística. Y sus aportes serán considerables: son parte
fundamental de la teoría sociológica empírica, sociología de género, sociología
del currículum, de los estudios socio-culturales-educativos; serán
fundamentales en las descripciones de los estudios de los fenómenos
socio-educativos. En fin, el recorrido es largo y a lo largo de él se resalta
una práctica común: el ejercicio del criterio.
Pero casi
siempre se la ha utilizado desde una perspectiva ancilar, como medio o
estrategia, y casi nunca como un fin. No obstante, se podría pensar en un
desarrollo inverso, en una sociología de la educación enriquecida con todos
estos aportes, de los cuales ella formó parte activa, pero preponderando esta
vez el estudio de las teorías sociológicas. Y no se está proponiendo una vuelta
al inmanentismo, ni a la búsqueda de la antigua literariedad, sino una práctica
más cercana al campo de lo sociológico y de la filosofía, esto, sin descuidar
ninguna de las otras dimensiones que el discurso sociológico posee. Se cree que
si el instrumental es tan amplio, la función del docente crítico es cada vez
más complejo y al mismo tiempo más riesgosa: la posibilidad de perderse en un
campus tan vasto.
Esto en
cuanto al material teórico; respecto a
los medios de difusión, es claro que si el espacio tradicional (escuela,
institutos educativos, universidades) no ha sido tan utilizado en el campo
investigativo (en cuanto a lo que concierne a la <<sociología de la
educación>>), han surgido, en contraste, nuevas vías, como la Red 3.0 que
es un campo en buena medida ignoto con muchas posibilidades de desarrollo.
Ahora, ¿qué sucede, entonces, con la producción intelectual en el ejercicio de
la sociología de la educación? Al parecer continuarán existiendo las dos
grandes divisiones: la crítica pública y la académica, donde cada una habla y
reduce a la otra, en un oscuro círculo de incomunicación.
Pero si se
repara con atención, ambas podrían enriquecerse mutuamente: la primera podría
aprovechar todo el instrumental y el desarrollo descrito anteriormente, lo cual
significaría un esfuerzo considerable por hacerse escuchar dentro del fragor
imparable de la sociedad actual. Una crítica pública que en verdad hiciera uso
de su tribuna para ejercer su profesión, sin ceder a las presiones de la
sociedad. No es necesario comentar más los beneficios de esta estrategia.
Respecto a la reflexión académica, una mirada cercana a la vorágine mercantil
traería como resultado nuevos retos y nuevas líneas de investigación. Además,
podría convertirse en una buena vía para aproximarse a la producción
intelectual en el ejercicio de la sociología de la educación reciente, que por
lo común tardaría mucho tiempo en llegar a las discusiones en las aulas e
instituciones educativas.
Así, las
nuevas exigencias para el docente-crítico-investigador son de índole múltiple,
no sólo respecto a instrumental y su aplicación, hecha de preferencia a través
de la apropiación, sino en referencia a la elaboración de su propio discurso,
pues, que la labor capital del crítico es la emisión de un juicio (que contenga
tanto la impresión como la exégesis), éste conlleva la responsabilidad de dar
cuenta de la posición desde la cual se emite, así como la conciencia del
carácter rebatible del mismo. Los juicios emitidos estarán al nivel del debate,
no del decreto. Será más difícil ahora elaborar teorías que pretendan dar
cuenta de la universalidad de lo sociológico (de una sola forma de
universalidad), que no sería más que una reducción, a pesar del propagado
discurso de la globalización y la supuesta eliminación de lo nacional.
El problema
de las teorías realizadas por investigadores sociólogos venezolanos desde Simón
Rodríguez, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Orlando Albornoz, entre otros, tan
debatidos desde las independencias políticas, seguirá siendo, para bien y para
mal, una discusión sin acabar, porque el conflicto identitario aún no se ha resuelto.
De nuevo, el problema de las representaciones continuará. Y, nuevamente, el
docente-crítico-investigador tendrá que andar con sumo cuidado si no quiere
caer en la tentación de hablar por los demás. Deberá en su haber letrarse de
todo lo que le rodea en su entorno para poder realizar producciones
intelectuales y he allí el problema, hay un gran descuido en el quehacer
investigativo de la mayoría de los docentes en cuanto a la disciplina
<<sociología de la educación>>.
Esto atañe
al prestigio de la Academia: ¿se podrá seguir hablando de un saber académico?
Sí y no. Sí, en la medida en que la crítica académica siga encontrando en la
universidad un espacio autónomo para ejercer su actividad, sin presiones
externas ni intereses económicos privados. No, porque desde hace mucho el peso
de su discurso ha disminuido en cuanto a imposición y se ha enriquecido gracias
a la relación con las diversas teorías sociológicas que ahora pueblan lo
sociológico. Ya no se habla de autoridad sino de discusión.
Este
aspecto es interesante, sobre todo si se le relaciona con todos los procesos
sociales que Latinoamérica ha padecido en los últimos años: se hace referencia
al desarrollo de discursos en apariencia democráticos y de apertura, pero que
requieren en realidad de un estudio más profundo. Se sigue trabajando desde y
en la crisis, la crítica latinoamericana se ejerce, desde la carencia. Es
difícil vivir el oficio de la sociología de la educación, de allí que el medio
académico continúe siendo un lugar <<seguro>>. La sociología de la
educación tiene otras perspectivas, por ello requiere de una aguda habilidad
para sobrevivir. Pero, el docente-crítico-investigador es un experto en temas
de supervivencia, quizá porque no aspira a la abundancia, tan sólo a la
posibilidad de continuar relacionándose con los textos sociológicos.
De
cualquier forma, la pregunta por el futuro de la sociología de la educación es
difícil de contestar. Sin embargo, es muy posible que su función social
continúe: mientras se siga escribiendo e investigando, la reflexión crítica
será inevitable. Sin importar el formato, la expresión buscará algún medio para
manifestarse, incluso con la dudosa desaparición de la teoría clásica
sociológica y la poca difusión de la teoría sobre sociología de la educación. Por
todo ello, el ejercicio del criterio continuará, ya que forma parte de la
experiencia humana, y porque representa una necesidad de comunicación, de
expresión, y por qué no, de creación. La crítica sociológica, constituida por
diversidad de voces y por infinidad de perspectivas, es siempre producto de un
estímulo, una respuesta a alguna lectura: es interlocución en la acepción más
rigurosa del término, y sin diálogo no puede existir sociología.
Es
importante, igualmente, continuar la discusión iniciada a partir del
surgimiento de los estudios socio-educativos-culturales. Seguir participando en
la reflexión del resto de los fenómenos sociales, pues, si algo se ha aprendido
en estos años, es el importante rol que la crítica sociológica ha desempeñado
en la reinterpretación de las relaciones de poder en los discursos hegemónicos.
Y esa función debe continuar por el propio bien del oficio del docente-crítico-investigador: representa una
de las mejores maneras de enriquecerse y nutrirse permanentemente. Es factible
imaginar que la sociología de la educación seguirá un camino propio, pero en
comunicación con los demás senderos.
Tal camino
estará inevitablemente provisto de laberintos y encrucijadas. Recorrerlo
requerirá más del sentido aventurero del
explorador que de la disciplina del estudioso, pues sólo así es posible
convertir el temor a la investigación en estímulo a la investigación para
continuar ejerciendo la crítica en la sociología de la educación, incluso sin
la certeza de lo sociológico.
PUBLICADO POR: YILMER JOSÉ PINEDA BRITO
PUBLICADO POR: YILMER JOSÉ PINEDA BRITO
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